La espera final
No recuerdo bien qué día era. Sólo sé que era un viernes. Caluroso, de esos viernes de verano donde el calor agobiante no deja pensar con claridad. Pero lo que menos me imaginaba era que, ese día, lo más importante sería razonar. Y hacerlo rápido...
La noche había llegado. Nos encontrábamos todos, mi familia y yo, en mi casa, cenando. Solíamos cenar tarde, así que, presumo, serían alrededor de la doce. Mis padres habían discutido y, aunque estaban ahora pacíficamente sentados a la mesa, la casa se encontraba aún rodeada de una tensa atmósfera.
La televisión prendida, la pizza en la mesa, las luces del resto de la casa apagadas. Era una cena silenciosa: Mi padre mirando televisión, mi madre pintándose las uñas, mi hermano abstraído en su estudio. Y yo solo. Aburrido, cansado, esperando que algo sucediera y nos devolviera la capacidad de comunicarnos, que en ese momento, parecía perdida.
Comienzo a entrometerme yo también en lo profundo de mis pensamientos, a separarme de ese tenso clima y poder relajarme. De repente, sin haberlo advertido, se había vuelto a generar una gran conmoción. “Otra vez se pusieron a pelear”, pensé con fastidio. Pero no. Dos hombres habían irrumpido en mi comedor y mi familia, sin éxito, buscaba una escapatoria.
Nos ataron y amordazaron en la habitación de mis padres. Comencé a oír sus conversaciones:
-Nos llevamos todo, nos vamos y listo...-, decía uno.
-No. Nos vieron la cara. Andate vos que yo los quemo- dijo otro.
Empecé a sudar. Sabía que si no hacia algo, moriríamos. Y ahí la vi: la estufa de mis padres, serviría para quemar la soga que ataba mis manos. Me acerque a ella con cuidado, pero me caí. Sentí el fuego quemando mis manos, mis muñecas. Contuve el grito. Me sacudí. Logré zafarme; mas caí hacia la puerta y con el respaldo de la silla, la abrí. Cerré los ojos pensando que sería el fin de mi vida. Automáticamente me llevé las manos a la cabeza, sin recordar que las tenía atadas, pero cuando las sentí en ella, me percaté de que al caer la cuerda se había roto.
Salí con miedo, entonces. La respiración agitada, la sangre era adrenalina pura. ¡Lo vi! Venía hacia mí, mirando hacia abajo. Y en el suelo de la cocina, un cuchillo.
No lo dudé. Lo tomé y se lo lancé. Disparó. Fue todo muy rápido. Sentí sirenas, gritos, llantos y dolor. Poco a poco, todo se desvaneció. Todo negro.¿El fin? No lo sé. Aún me pregunto dónde estoy.
ROLI:)
1 comentarios:
Me gusta, me gusta... Yo ya lo había leído, ¿no? Me parece que sí... eso o lo soñé :P jajaja, nah, no creo llegar tan lejos.
Publicar un comentario
Por favor, dejá tu comentario como NOMBRE/URL, nunca como anónimo. Los comentarios anónimos serán eliminados. (No hace falta llenar URL)