Buscá en Sueños...

martes, 23 de agosto de 2011

Eventumi: Los hijos de Radixeptus ~ Capítulo II (parte IX)


Capítulo 2

Parte IX
Relatado por Roli




– Sí, sí. Te até una soga, y estás atada a mi–  Respondí lo antes que pude.
Acababa de saltar por la compuerta, con el paracaídas. Y había logrado atar al cuerpo de Luu a mí cuerpo con una cuerda, de modo tal que al caer la traería conmigo. Según mis sospechas ella era víctima de un problema, por lo cual ella debía escuchar mi voz como si simplemente viniera del ambiente. Asimismo, acorde a lo que sospechaba que estaba sucediendo y más allá de la confusión, ella me oía aún a través de sus oídos, por lo que decidí colocarle un auricular, a fin de mantenernos comunicados. Tras esto, tomé mi celular, me puse mi manos libres, y me arrojé al vacío.
– Ok ¿Y yo que hago?–  Preguntó Luu, interesada por su estado en “mi realidad”


– ¿Vos? Estás… durita cual palo de escoba. Bah, así estabas cuando me tiré; porque yo estoy cayendo. 
– Perdón por la indiscreción, pero... ¿Cómo es que me respondés si estás cayendo? 
– Sigo con mi cel encima, tiene señal telepática hasta en el aire.
– ¿No tenés vértigo vos?
– Ah, sí. Pero no te olvides que esto es Roliterra. Bah, o las afueras. Pero como sea, es Roliterra.–  En Roliterra las leyes de la física me permitían no tenerle ningún tipo de miedo o aversión siquiera a la altura.
– Mal…–  Respondió con un aliento, como pensativa.
– Buen, te decía que ya deberías estar llegando a la salida.–  Le avisé.–  Sí, era larga la soga.
Se suponía que al caer, iría tensando la soga hasta arrastrar a Luu por el pasillo y hacerla llegar a la compuerta… Y caer junto a mí.
– ¿Salida? Ah, eso.
– O sea, la compuerta del avión por la que yo caigo, y la soga te tira a vos.–  Expliqué.
– Eh, Luuuuu... Me cago en la vida.–  No podía creer que sufriéramos de los percances más bizarros en una situación que, en el fondo, era trágica. – Te trabaste porque estás dura como un palo, y no caés. O sea, quedaste atravesada y no pasás por la compuerta. Pero por poquito. A ver si sacudiéndome anda.
– No puedo hacer nada al respecto desde acá.
– No, más vale.–  Confirmé–  Vos desde allá ocupate de llegar a tierra firme.
– No me mates, es lo único que te pido.–   Su comentario me dio risa.
– Ajaj, naaah. Estás bien.
– Estoy en tierra firme desde hace minutos.
– ¿Ah, si? –Por un momento había olvidado lo fácil de su situación… controlando todo, desde su mente.
Mientras tanto, yo seguía sacudiéndome cual pez recién pescado, en un intento por liberar a Luu de la compuerta y poder llegar, ambos, a tierra firme antes de estrellarse el avión. Una libélula voló cerca de mí. Evidencia más que suficiente de que estábamos en las afueras de Roliterra, muy cerca de otros terrenos, ya que en mi tierra las libélulas no existen.
Su presencia me hizo recordar los viejos helicópteros que alguna vez fueron el medio de locomoción por excelencia… hasta que se inventaron los aerodeslizadores modernos, claro. Bah, hasta que éstos últimos se hicieron redituables, más bien.
Fue entonces cuando me acordé de un juguete de mi infancia, un helicóptero a cuya hélice se le daba cuerda torsionando una bandita elástica. Y fue entonces cuando la idea vino a mi mente: torsión. Comencé a girar en el aire y torcer la cuerda, hasta que ésta hizo rotar a Luu, tomando una posición más conveniente, en la diagonal del cuadrado que conformaba la salida, y cayendo, por fin.
– ¡Ay, sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí, te soltaste!–  Festejé.
– Genial.
– Tierra firme, pronto lo estaré yo también.
 – Pregunta…
– ¿Si?–  De repente recordé:–  Ups, cierto, el paracaídas.
– Eso mismo... ¿Tenés paracaídas? Y si así es...
– Sí sí.
– ¿Qué hago yo allá arriba?
– Ya lo abrí, eh.
– Claro, yo caigo encima.–  Evidentemente no estaba comprendiendo…
– Eh, no. Ahora no estás más arriba.
Lanzó una especie de graznido, claramente demostrando estupefacción.
– Porque en cuanto te destrabaste, caíste como péndulo y estás oscilando debajo de mí.–  Intenté explicarle.
– Ah…
– Tengo el paracaídas.
– … ¡pero me voy a estrolar contra el piso!–  Completó.
Noooo. Estamos re lejos del piso, Luu, y vamos cayendo leeento por el paracaídas.
– ¿Pero… y cuando lleguemos?
– Bah, ya no estamos tan lejos del piso...
– Yo diría que me aguantes que si no muevo esto te vas a hacer bosta contra ese árbol. A ver...–  El suelo se encontraba cada vez más cerca y los árboles, arbustos, río y demás me obligaban a comenzar a  controlar el paracaídas cual un parapente.
– A la izquieeerdaa.–  exclamé en voz alta–  No, no, no tanto. No sobre el río... ¡Nooooo!. Ufff...–  Lancé un suspiro de alivio–  Pasé justo. Casi te caés al rio.
– ¿Es turbulento?–  Su voz denotaba un breve susto.
– ¿El río?
– Sí.
– Es el típico río de dibujito animado, a 100 metros hay una cascada, y abajo, piedras filosas.
Lanzó un grito ahogado, horrorizada.
– Ok, no me dejes acercarme.
– Tranqui estás a la orilla, y yo estoy a metros del suelo.–  Por fin había logrado que Luu estuviera en la tierra, y en un lugar seguro.
– Roli, tenemos que hacer algo. ¡No puede ser que sea tan peligrosa por no hacer nada!
– No, no, vos ya aterrizaste, tranqui que ya estoy con vos.
– Si, si, me refiero a unir las realidades.
– Ehmm abajo del paracaídas no veo una mierda.–  Yo ya había aterrizado, y el paracaídas había caído como una gran sábana sobre nosotros, dificultándonos la visibilidad y la movilidad.
– Roli, pará, te perdí de vista.–  Anunció Luu repentinamente, con desesperación.
– Peroo en cuanto salga de acá abajo vemos qué hacer…– Tomé conciencia de lo que ella había dicho:–  ¡Fuck! Pensá que estoy con vos.
–  No te encuentro.
– Es tu mente, ¿no?
– Si, pero no me responde. No sé por qué... Estoy segura de que es mi mente pero... No hace lo que le ordeno. Nunca me paso eso antes. No estás... Si no aparecés podés morir acá. Y allá. Y con vos, muero yo.
– Lucianita de mi alma (ya salí del paracaídas, ahora me falta encontrarte a vos, si al menos gritaras o te movieras).  Ehh, encontrame. Deberías olvidarme para que muera.
– No creo, no funciona así.–  Comenzaba a desesperarme yo también.
– Ehmm… te encontré.
– Ok, estoy rastreándolo todo
– Aaaaaahhh, Luuu. Tenés lombrices en la cara y te las estas comiendo. ¡Puaj!  
– Qué estúpida que soy allá.
– Sáquese eso de la boca. Sáqueselo. Mierda.–  Le dije al cuerpo de Luu, como si fuera un perro desobediente.
– ¿No podés atarme a algún lado, o algo así?–  Sugirió.–  Mirá, vos ocupate de eso que yo tengo que encontrarte.
– No, no, estas sentadita tranquila. Vos acá estas a salvo.
– Genial. Vos no. O sea, yo tampoco.
– Ya te desaté del paracaídas (que por cierto se cayó al río y goodbye).
– Hay todo un equipo de personitas buscándote.–  Trató de tranquilizarme.
– Buen, yo mientras analizo cómo arreglar esto.
– Parecen gnomos. 
– Che Luu, pero pensemos.
– No conviene. 
– La lógica tiene que decirte en qué parte de tu mente estoy.
– Tal vez. Dejame pensar... pero no demasiado. Podría causar estragos. 
De repente, comencé a sentir cómo me costaba respirar, el aire no entraba. Me asusté y atiné a decir: –  ¡Ay, Luu, NO PIENSES MÁS!
– Tranquilo, voy bien.
– Me cuesta respirar si vos pensás mucho.–  Dije, preocupado.
– Ese sos vos… posta que ni pensé todavía. –Su estruendosa risa me pareció espeluznante… no entendía qué estaba sucediendo… y mis pulmones, seguían oprimidos.
– ¿En serio? 
– Sí.
–¡Ay! ¡Qué pelotudo! –Luu rió.
– Tengo la faja con la que viene el paracaídas puesta, qué nabo.–  Realmente estúpido e inocente de mi parte no haberme dado cuenta con anterioridad.
– Escuchame.–  Comenzó Luu. Mas la interrumpí:
– ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahh, qué lindo! Libérense pulmones. Decime.–  Inquirí, en respuesta a su “Escuchame
– Roli, te localizaron (o sea, te localicé). Pero no tu posición exacta, sólo sé que estas en una parte de mi mente en la que no deberías estar. Salí de ahí ahora…
– Yo no me controlo.
– Bueno, deberías. –Bromeó.
Al parecer, la situación se había distendido. Yo había aparecido en la mente de Luu y su cuerpo y yo estábamos a salvo, en tierra firme, en mi realidad. Todo indicaba que era la hora de hacerlo. Era la hora de decirle a Luu sobre mis más profundas sospechas.
– Luu, te estuve examinando. Ehmm…– Las palabras se atolondraban sobre mi lengua.
– Ya esta, estás acá. – Confirmó.
– Ay, qué alivio.–  Respondí. Y decidí sin más suspenso, y con total naturalidad, decírselo:
 – Escuchame… Tenés SIDCEC.
–  ¡¿Cómo?!




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